El Marxismo, el Feminismo y la Liberación de la Mujer
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nuestra crítica contemporánea de este documento, lea Sobre
feminismo e marxismo (Portugués)
A
pesar de todas las conferencias internacionales y de las
“declaraciones universales” a favor de la igualdad de la mujer,
la vida de la mayoría de las mujeres en todas partes del mundo sigue
estando restringida por los prejuicios y la opresión social. La
forma en que la supremacía masculina se impone varía
considerablemente de una sociedad a otra (y dentro de las diferentes
capas sociales de una misma sociedad), pero en todas partes se les
enseña a los hombres a que se consideren superiores y a las mujeres
se les enseña a aceptar esta desigualdad. Muy pocas mujeres tienen
acceso al poder y a los privilegios como no sea a través de su
conexión con algún hombre. La mayoría de las mujeres en la esfera
laboral asalariada están sometidas a la doble carga de la esclavitud
de las tareas domésticas y de la esclavitud a un salario. De acuerdo
a las Naciones Unidas, las mujeres realizan las dos terceras partes
del trabajo de todo el planeta y producen alrededor del 45% de la
comida, sin embargo, reciben a penas el 10% de los ingresos y son
dueñas de sólo el 1% de las propiedades (citado por Marilyn French
en The War Against Women (La Guerra Contra las
Mujeres), 1992).
Desde
su concepción, el movimiento marxista ha promovido la igualdad y los
derechos de las mujeres, a la vez que ha considerado que la opresión
de las mujeres (ya sea racial, nacional o cualquier otra forma de
opresión) no puede ser erradicada sin antes derrocar el sistema
social capitalista que la alimenta y la mantiene. Los marxistas
aseguran que la libración de la mujer esta ligada a la lucha contra
el capitalismo porque, a diez de últimas, la opresión de la mujer
sirve a los intereses materiales de la clase dominante.
Aunque
los marxistas y las feministas se encuentren del mismo lado en muchas
de las luchas por los derechos de la mujer, tienen dos puntos de
vista completamente diferentes. El feminismo es una ideología que
parte de la premisa que la división fundamental de la sociedad
humana es la división entre los dos sexos, y no entre clases
sociales diferentes. Consecuentemente, las ideólogas feministas ven
la lucha por la igualdad de la mujer como algo separado de la lucha
por el socialismo, al cual muchas consideran como otra forma de
dominio “patriarcal”.
En
las últimas décadas, las escritoras y académicas feministas han
llamado la atención a la variedad y diseminación de las prácticas
de la supremacía masculina en nuestra sociedad contemporánea. Ellas
han descrito el mecanismo a través del cual se inculca, se normaliza
y se refuerza la subordinación femenina partiendo de cuentos
infantiles y llegando hasta comerciales televisivos. Las feministas
han tomado el liderazgo en exponer muchas de las manifestaciones
patológicas de esta discriminación sexual en la vida privada: yendo
desde el acoso sexual hasta la violación y la violencia doméstica.
Antes del resurgimiento de los movimientos de las mujeres a final de
los años ’60, los críticos liberales o de izquierda no prestaban
atención a estos temas. Las feministas también han estado activas
en las campañas internacionales en contra de la mutilación genital
de las mujeres en África, el infanticidio femenino en Asia y la
imposición del uso del velo en el mundo islámico. Pero, aunque
frecuentemente el análisis feminista es útil para resaltar la
prevalencia de la discriminación sexual en la sociedad capitalista,
inevitablemente falla en hacer la conexión entre la supremacía
masculina y el sistema de dominación de clases que lo sustenta.
Los
marxistas opinan que el conflicto de clase es la fuerza motora de la
historia y rechazan la idea de que hay diferencias irreconciliables
entre los intereses de las mujeres y de los hombres. Pero, nosotros
no negamos que los hombres sean los agentes de la opresión de la
mujer, ni que dentro del marco de las relaciones sociales existentes
los hombres se “beneficien” de ello, tanto en términos
materiales como psicológicos. Sin embargo, los beneficios que la
mayoría de los hombres obtienen de la desigualdad de la mujer son
escasos, vacíos y transitorios, mientras que el costo es
considerable.
El
excluir las mujeres y el “job-trusting” (empleos exclusivos a
hombres), el desvalorar el trabajo “femenino” y la diferencia de
salarios basado en el sexo, aunque parezca beneficiar a los hombres
ya que son mejor pagados y tienen una mejor seguridad laboral, de
hecho ejerce una presión que hace descender los salarios en general.
Este fenómeno fue explicado por Freída Miller, directora del Buró
de la Mujer de los Estados Unidos, poco tiempo después de la Segunda
Guerra Mundial:
Es
un axioma de la teoría de los salarios que cuando en un momento dado
una gran cantidad de trabajadores son empleados con salarios por
debajo de los salarios mayoritarios, la competencia de esas personas
por obtener trabajo tiene como consecuencia el desplazamiento de los
trabajadores mejor pagados o que éstos acepten un salario menor.
Durante un cierto tiempo esta presión tiende a disminuir todos los
niveles de salario y a menos que el curso normal sea desviado por
acciones directas el resultado será la disminución del poder
adquisitivo de todos con la consecuente reducción de la capacidad de
compra y de los estándares de vida. Como consecuencia de la guerra
las mujeres han adquirido nuevas habilidades y destrezas que las
coloca, como nunca antes, a merced de empleadores inescrupulosos que
las utilicen para disminuir los salarios.
—Buró
de las Mujeres de Estados Unidos, Boletín No.
224, 1948 (citado por Nancy Reeves en “Women at Work” (Las
Mujeres en el Trabajo), en American
Labor in Mid-Passage,
1959)
Lo
mismo ocurre con la discriminación salarial contra los inmigrantes,
los jóvenes, las minorías raciales o cualquier otro sector de la
fuerza laboral. Además de bajar los salarios el chovinismo
masculino—igual que el racismo, el nacionalismo, la homofobia y
demás ideologías atrasadas—oscurece los mecanismos de control
social y divide los que están debajo incitándolos unos contra
otros, y de esta manera salvaguarda un sistema social jerárquico e
intrínsicamente opresivo.
La
estrategia marxista de unir todos los explotados y oprimidos por el
capitalismo está agudamente contrapuesta a la utopía reaccionaria
de una “hermandad femenina” universal que una a las mujeres a
pesar de las diferencias de clase. Aunque es cierto que la opresión
de las mujeres es un fenómeno que atraviesa las clases porque afecta
atodas las mujeres, no solamente aquellas que son pobres
o que pertenezcan a la clase trabajadora, también es cierto que el
grado de opresión y de sus consecuencias son cualitativamente
diferentes para las mujeres de diferentes clases sociales. Los
privilegios y beneficios materiales que disfrutan las mujeres de la
clase gobernante les brinda un poderoso interés en preservar el
orden social existente. Su consentida existencia es pagada por la
sobreexplotación de sus “hermanas” en las factorías del Tercer
Mundo. De la única manera que se puede construir la unidad de las
mujeres atravesando las clases sociales es subordinando los intereses
de las pobres mujeres negras trabajadoras a favor de los intereses de
sus “hermanas” burguesas.
Orígenes
de la “Segunda Ola” del Feminismo
Las
feministas de hoy en día se refieren a sí mismas como
pertenecientes a la “Segunda Ola” —las feministas de la
“Primera Ola” fueron las que lucharon por el acceso a la
educación superior, iguales derechos sobre la propiedad y por el
voto, antes de la Primera Guerra Mundial. A la “Segunda Ola” del
feminismo frecuentemente se le da fecha de origen a partir de la
publicación del bestseller “The Femenine Mystique” (La Mística
Femenina) de Betty Friedan en 1963, que contrapuso a la ideología de
la “feminidad” con la realidad de la vida de las mujeres. En 1966
Frieden fundó la Organización Nacional de Mujeres (National
Organization for Women, NOW), una organización liberal por el
derecho de la mujer basada en mujeres profesionales y de carrera
dedicada a “traer a las mujeres a participar en la sociedad
norteamericana en forma completa, ahora...” (juego de palabras
entre now-ahora y las siglas de la organización) NOW es aún la
mayor organización feminista en Estados Unidos pero su atractivo es
limitado por el rol que juega como grupo de presión y de auxiliar no
oficial del partido Demócrata.
Otra
veta más radical de feminismo contemporáneo surgió del Movimiento
de Liberación de la Mujer al final de los años ’60. Muchas
líderes destacadas de este movimiento de mujeres de la Nueva
Izquierda eran veteranas del Movimiento de Derechos Civiles contra la
segregación racial en los estados del sur. Se encontraban entre los
miles de jóvenes idealistas que habían ido al Sur para participar
en los “Veranos de Libertad” de la mitad de la década del ’60
y sufrieron una radicalización al ser expuestos a la brutal realidad
del capitalismo en los EE.UU.
Al
final de los ’60 muchas mujeres de la Nueva Izquierda comenzaron a
protestar porque la reclama retórica por la liberación, la igualdad
y la solidaridad de sus camaradas hombres contrastaba radicalmente
con su experiencia en el “movimiento”. Estos sentimientos fueron
expuestos por Marlene Dixon, una radical joven profesora de
sociología como:
“Las
mujeres jóvenes han incrementado su rebeldía no sólo contra la
pasividad y la dependencia en sus relaciones, sino también contra la
idea de que deben funcionar como objetos sexuales, de ser definidas
en términos sexuales en vez de humanos y de ser obligadas a
empaquetarse y venderse como mercancía en el mercado sexual.”
“Los
mismos estereotipos que expresan la convicción de la sociedad en la
inferioridad biológica de la mujer evocan las imágenes utilizadas
para justificar la opresión de los negros. La naturaleza de la
mujer, igual que la de los esclavos, se expone como dependiente,
incapaz de un pensamiento racional, infantil en su simplicidad
afectuosa, mártir en su rol de madre y mística en el rol de
compañera sexual. En su versión benevolente, la posición inferior
de la mujer deriva en un paternalismo; en su versión malevolente,
deriva en una tiranía doméstica que puede llegar a ser
increíblemente brutal.”
— “ Why
Women´s Liberation (¿Por qué la Liberación de la
Mujer?)”, Ramparts, Diciembre
1969
Gloria
Steinem: La Hermandad Femenina y la CIA
En
los primeros días del Movimiento de Liberación de la Mujer surgió
una división entre las que veían la lucha por la igualdad de la
mujer como un aspecto de una lucha más amplia contra todo tipo de
opresión y aquellas que enfatizaban la solidaridad femenina y la
necesidad de permanecer políticamente y organizativamente
“autónomas” respecto a otras fuerzas sociales.
Mientras
muchas líderes de la “Segunda Ola” habían tenido sus
experiencias políticas iniciales en el Movimiento por los Derechos
Civiles y en la Nueva Izquierda otras tenían un pasado menos
honorable. Gloria Steinem, la editora original de Ms., la revista
feminista de mayor circulación en Norteamérica, había trabajado
para la CIA en los años ’50. Ella estuvo involucrada con la
operación de un grupo pantalla “que financiaba a los
norteamericanos que asistían a los festivales mundiales de la
juventud, dominados mayormente por la Unión Soviética”. Según
Sheila Tobías, una participante inocente en uno de estos viajes (que
más tarde enseñó en la Universidad de Cornell estudios sobre la
mujer), la CIA:
“estaba
interesada en espiar los delegados norteamericanos para descubrir
quién era trotskista o comunista en los Estados Unidos. Así que
resultó que nosotros éramos una pantalla.”
—Marcia
Cohen, The
Sisterhood (La
Hermandad Femenina), 1988
Cuando
el pasado de la Steinem fue revelado, ella optó por enfrentarlo:
“Cuando
la prensa reveló que la CIA había financiado la agencia que Gloria
había co-fundado al final de los ’50, ella admitió que la
organización recibía fondos de la CIA, negó haber sido un agente y
calificó a esos festivales de la juventud en Helsinki como ‘los
mejores momentos de la CIA’”
—Ibíd.
Sólo
las feministas más militantes como las “Redstockings”
(Mediasrojas) con base en Boston (cuya dirigente Roxanne Dunbar era
veterana del Movimiento por los Derechos Civiles) denunciaron a la
Steinem por haber estado involucrada con la CIA. En su mayoría, las
feministas comunes ignoraron el tema de su conexión con la principal
agencia de la contrarrevolución imperialista, o lo consideraron
irrelevante. Esto de por sí habla mucho de la política de “la
hermandad femenina”.
Feminismo
Radical y Determinismo Biológico
Otra
feminista que comenzó su carrera política en el Movimiento por los
Derechos Civiles fue Shulamith Firestone. En su libro de 1970 The
Dialectic of Sex (La Dialéctica del Sexo), ella intenta dar
una base teórica al feminismo radical argumentando que la
subordinación de la mujer tenía un origen biológico y no
socio-histórico. La división sexual de la humanidad en “dos
clases biológicas diferentes” era, según ella, el origen de todas
las demás divisiones sociales. Parafraseando a Marx ella escribió:
“La
organización sexual reproductiva de la sociedad siempre nos da las
bases reales, solamente a partir de las cuales podemos descifrar la
explicación absoluta de toda la superestructura de instituciones
económicas, jurídicas y políticas, así como de las ideas
religiosas, filosóficas y otras de un período histórico dado.”
Si
la raíz de la opresión de la mujer está en la anatomía, razonaba
Firestone, entonces la solución debe estar en la
tecnología—incrementar el control sobre la concepción
(anticonceptivos) y finalmente de la gestación fuera del útero.
Firestone mantenía que su análisis era “materialista”. Es
cierto que era en cierta forma un materialismo, pero uno crudamente
biológico. Mientras ella vislumbraba una conclusión histórica de
la opresión de la mujer, las soluciones que ofrecía eran utópicas
y a fin de cuentas, apolíticas. Su libro ha seguido teniendo
influencia—a lo mejor porque ella fue una de las primeras en llevar
el punto de vista radical feminista de que la biología es un destino
hasta su conclusión lógica.
Aunque
no apoyaba las soluciones de Firestone, el “Redstockings Manifesto
(Manifiesto de las Mediasrojas)” de 1970 estaba de acuerdo con la
aseveración de que las mujeres constituyen una clase social:
“Las
mujeres son una clase oprimida...Nosotros identificamos los hombres
como los agentes de nuestra opresión. La supremacía masculina es la
forma de dominación más antigua y básica. Todas las demás formas
de explotación y opresión (el racismo, el capitalismo, el
imperialismo, etc) son extensiones de la supremacía masculina: los
hombres dominan a las mujeres, algunos pocos hombres dominan al
resto. Todas las estructuras de poder a lo largo de la historia han
sido dominadas y orientadas por y para los hombres. Los hombres han
controlado todas las instituciones políticas, económicas y
culturales y han respaldado este control con la fuerza física. Ellos
han utilizado su poder para mantener a las mujeres en una posición
inferior. Todos
los hombresreciben
beneficios económicos, sexuales y psicológicos de la supremacía
masculina. Todos
los hombres han
oprimido a las mujeres... Nosotras no nos preguntaremos qué es lo
‘revolucionario’ ni qué es lo ‘reformista’, sólo qué es lo
que es bueno para las mujeres.”
—“Redstocking
Manifesto (Manifiesto de las Mediasrojas)” en Sisterhood
is Powerful (La
Hermandad Femenina es Poderosa), 1970
Los
argumentos de las feministas radicales se asemejan a los de los
socio-biólogos más reaccionarios, que arguyen que la desigualdad
social está “en nuestros genes” y que por lo tanto, intentar
luchar contra ello es fútil. Las feministas radicales frecuentemente
abogan por el separatismo y algunas van tan lejos como para sugerir
que las mujeres que continúan durmiendo con el “enemigo” deben
ser vistas como sospechosas. En Lesbian Nation: the Feminist
Solution (La Nación Lesbiana: la Solución Feminista)
(1973), Jill Jonson aseveró que:
“La
satisfacción sexual de la mujer independientemente del hombre es
el sine qua
non de
la revolución feminista... Hasta que todas las mujeres sean
lesbianas no habrá una verdadera revolución política.”
Socialismo
y Sexismo
En
un ensayo de 1970 intitulado “The Main Enemy (El Enemigo
Principal)”, Christine Delphy presentó una versión de “feminismo
radical basado en principios marxistas” en el cual los hombres (y
no el capitalismo) se identificaban como el enemigo principal
(republicado en Close to Home (Cerca de Casa),
1984). Delphy aseveraba que, sin una revolución independiente de las
mujeres, incluso en un estado de trabajadores post capitalista, los
hombres seguían teniendo un interés material en hacer que las
mujeres realizaran la mayoría de las tareas domésticas.
La
idea de que la opresión de las mujeres continuaría como una forma
de vida dentro del socialismo, parecía obvio a aquellas radicales de
la Nueva Izquierda que veían los estados de trabajadores
económicamente atrasados, nacionalmente aislados y deformados de
Cuba, China, Vietnam del Norte, Corea del Norte y Albania como
sociedades socialistas en funcionamiento. Aunque las mujeres tuvieron
muchos logros importantes dondequiera que el capitalismo había sido
derrocado (un hecho dramáticamente subrayado por el devastador
efecto que tuvo sobre la mujer la contrarrevolución capitalista en
el antiguo bloque soviético), la parásita burocracia gobernante
(abrumadoramente masculina) en estos estados policíacos estalinistas
promocionaban el rol “natural” de la mujer como reproductora,
madre y creadora del hogar. León Trotsky apuntó en La
Revolución Traicionada) que la maquinaria estalinista era
un obstáculo para el desarrollo del socialismo y
criticó “el interés social de los medios dirigentes en enraizar
el derecho burgués” en relación con sus intentos de fortalecer la
familia “socialista”.
El
pesimismo feminista con respecto a las posibilidades de la mujer bajo
el socialismo (en oposición a las posibilidades bajo el estalinismo)
refleja la inhabilidad de comprender los orígenes históricos de
la opresión de la mujer. También revela su falta de apreciar las
inmensas posibilidades de reorganizar las prioridades sociales y de
transformar cada aspecto de las relaciones humanas que el socialismo
facilitaría al eliminar la escasez material. La expropiación
revolucionaria de las fuerzas productivas y el establecimiento de una
economía planificada global garantizaría que las condiciones
básicas de la existencia (comida, abrigo, trabajo, servicios de
salud y educación) estuvieran aseguradas para todas las personas del
planeta.
Al
cabo de unas pocas generaciones, la socialización de la producción
podría brindar a todos los ciudadanos una calidad de vida y un grado
de independencia económica que hoy en día solamente disfruta la
elite. El acceso a centros de recreo, campamentos de veraneo,
facilidades deportivas, culturales y educacionales y otras
instituciones que en estos momentos están fuera del alcance de
muchas personas, enriquecerían inmensamente la vida de la mayoría
de la población. A medida que la sociedad escape de la tiranía del
mercado, que sólo promociona actividades que produzcan ganancias al
sector privado, las personas tendrán una rango más amplio de
opciones para poder organizar sus vidas. Las tareas domésticas
pudieran reducirse sustancialmente si la sociedad provee guarderías
infantiles, restaurantes y lavanderías de alta calidad. Con el
tiempo, a medida que la competitividad, la ansiedad y la inseguridad
de la vida dentro del capitalismo van quedando en el pasado lejano,
el comportamiento social se irá transformando.
La
condición de garantizar condiciones materiales para una vida plena
para todos, imposible bajo los dictados de maximización de las
ganancias, será sencillamente una decisión racional en una economía
planificada. Al igual que el invertir en programas de inmunización y
en sistemas de saneamiento subsidiados por fondos públicos resulta
de beneficio para todos los miembros de la sociedad, el asegurar una
existencia segura y productiva para cada individuo mejorará la
calidad de vida de todos, eliminando muchas de las causas del
comportamiento anti-social, de las enfermedades mentales y de otros
padecimientos.
Puede
objetarse que incluso dentro de la elite actual, que ya disfruta de
una abundancia material, los hombres oprimen a las mujeres. Los
marxistas reconocen que aunque la ideología refleja los intereses
materiales de una clase social particular, también tiene cierta
autonomía relativa. La condición de las mujeres de cuidadoras de
niños y trabajadoras domésticas sin remuneración sólo puede ser
justificada dentro del marco de un punto de vista sexista que afecta
negativamente a las mujeres, incluso las de la clase capitalista.
El
resultado de estas ideas y prácticas sociales no desaparecerá
automáticamente ni inmediatamente después que las condiciones que
las hicieron surgir se revoquen. Tendrá que existir una lucha
cultural e ideológica en contra del legado de atraso e ignorancia
recibida del pasado. Pero si la sociedad de clases promueve y
refuerza la supremacía masculina, el racismo, etc. en todo momento,
en un mundo igualitario donde se asegura una existencia confortable y
segura para todo el mundo, el proyecto de erradicar el prejuicio se
hace finalmente viable.
El
Feminismo Socialista: Un Paso Intermedio Efímero
El
feminismo radical de Firestone, las Mediasrojas y Delphy
representaban un ala del Movimiento de Liberación de la Mujer al
principio de los años ’70. En el otro extremo del espectro cientos
de las mejores militantes se inscribieron en varias organizaciones
ostensiblemente marxista-leninistas. Aquellas que caían más o menos
en el medio frecuentemente se identificaban a sí mismas como
“feministas socialistas”. Esta corriente, que al final demostró
ser un efímero paso intermedio, fue bastante influyente durante la
década del ’70, especialmente en Gran Bretaña. Como rechazaban el
determinismo biológico del feminismo radical, las feministas
socialistas rumiaban con desarrollar un modelo de “sistema dual”,
que considerara al capitalismo y al “patriarcado” igualmente como
enemigos, pero separados. Las feministas socialistas ampliamente
consideraban lo apetecible de un análisis partiendo de un “sistema
dual”, pero las dificultades surgieron cuando se intentó encontrar
una explicación plausible de cómo estos dos sistemas de opresión,
supuestamente discretos pero paralelos, interactuaban. Otro problema
espinoso fue cómo el análisis del racismo, del “edadismo” y de
las múltiples otras formas de opresión se integraban al modelo dual
capitalismo/patriarcado.
Las
feministas socialistas tampoco pudieron ponerse de acuerdo en como
definir exactamente el sistema de “patriarcado” ni de ¿cuáles
eran sus causas: la tozudez masculina?, la envidia?, la envidia del
útero y la consecuente obsesión masculina por mantener un control
estricto sobre las funciones reproductoras de la mujer?, el
lenguaje?, las estructuras psico-sexuales?, los privilegios
materiales? La lista es extensa y diferentes teóricas del
patriarcado destacaban o combinaban todas las anteriores y otras más.
La
actividad política de las feministas socialistas, suponiendo que
ésta existió, generalmente tenía un sesgo mayor hacia apoyar la
clase obrera que el apoyo brindado por las feministas radicales, pero
de otra forma fue muy similar a la de estas últimas. Los marxistas
tradicionalmente han apoyado la creación de organizaciones
socialistas de mujeres ligadas a la clase obrera y a otros
movimientos de los oprimidos, a través del apoyo de un partido
revolucionario compuesto por los militantes más concienzudos y
dedicados de cada sector. Este movimiento de mujeres sería
“autónomo” y separado de los reformistas, los capitalistas y de
los líderes vendidos de los sindicatos, pero estaría
organizativamente y políticamente ligado a la vanguardia comunista.
Las feministas socialistas por el contrario, apoyan la insistencia de
las feministas radicales de que sólo un movimiento autónomo de
mujeres(en el sentido de que estuviera completamente separado de
organizaciones que incluyen a hombres) puede librar una auténtica
batalla por la liberación de la mujer.
Pero
esto también presentaba problemas cuando se aplicaba al mundo real.
Es imposible concebir un movimiento que intente lanzar un reto al
dominio capitalista sin intentar movilizar el apoyo de todos los
elementos posibles de entre los explotados y oprimidos. El excluir a
la mitad de la población desde el mismo comienzo, simplemente sobre
la base del sexo, es garantía segura del fracaso. Es más, si uno
quiere distinguir entre amigos y enemigos solamente sobre la base del
sexo, entonces ¿qué actitud se debe tomar con las mujeres que se
alistan en movimientos de derecha o que se incorporan a las filas de
los policías y de las rompehuelgas? ¿Y qué decir de las mujeres
que pertenecen a la clase dominante? No parece que éstas sean
aliadas naturales en la lucha por el feminismo socialista.
Algunas
feministas radicales pretendieron “resolver” estos problemas
sencillamente declarando que las mujeres que actúan como los hombres
(es decir que actúan egoístamente) no son “verdaderas” mujeres.
Pero esta no era una opción para las feministas socialistas que
aspiraban a desarrollar un punto de vista más científico. Una
década después del colapso del movimiento de las feministas
socialistas, Lise Vogel, una de sus más claras exponentes, republicó
un ensayo que había aparecido originalmente en 1981 intitulado “El
Marxismo y el Feminismo: Un Matrimonio Infeliz, Una Separación de
Temporal o Algo Más?” En su versión original la Vogel había
coqueteado con el espinoso tema de cómo tratar los enemigos de clase
femeninos, pero en la versión de 1995 lo enfrentó:
“Las
feministas socialistas sostienen, en contra de ciertas opiniones de
la izquierda, que las mujeres pueden ser organizadas con éxito y
enfatizan la necesidad de organizaciones que incluyan mujeres de
todos los sectores de la sociedad... Es precisamente el carácter
específico de la situación de la mujer lo que requiere que tengan
una organización separada. En esto las feministas socialistas se
encuentran frecuentemente en contra de gran parte de la tradición
socialista teórica y práctica. La teoría feminista socialista toma
para sí la tarea esencial de desarrollar un marco que guíe el
proceso de organizar a las mujeres de diferentes clases y sectores en
la creación de un movimiento autónomo de mujeres.”
—Lise
Vogel, Women
Questions: Essays for a Materialist Feminism (Los
Problemas de las Mujeres: Ensayos para un Feminismo Materialista),
1995
Con
esto, la Vogel (hija de padres comunistas, que 30 años antes se
había dirigido al sur como una trabajadora por los Derechos Civiles)
prácticamente admitió que es imposible reconciliar “feminismo”
con “socialismo” —dos ideologías fundamentalmente
contrapuestas—utilizando solamente una pleca.
Mientras
que los marxistas criticaban las implicaciones del colaboracionismo
inter-clases de la llamada a la “unión” de todas las mujeres,
las feministas radicales las atacaban desde la otra dirección como
“políticas identificadas con los hombres”. Cathrine MacKinnon,
una destacada teórica del feminismo radical y colaboradora de Andrea
Dworkin, señaló la contradicción política fundamental del
feminismo socialista:
“Los
intentos de crear una síntesis entre el marxismo y el feminismo, el
llamado feminismo socialista, no ha reconocido ni la integridad de
cada teoría por separado ni la profundidad del antagonismo entre
ellas.”
—Toward
a Feminist Theory of the State (Hacia
una Teoría Feminista del Estado), 1989
El
feminismo socialista se desintegró como movimiento político porque
la incoherencia de sus postulados impidió a sus seguidoras
desarrollar ni un programa, ni una organización, capaz de empeñarse
en una lucha social seria. En el mundo real, sencillamente no hay
espacio político entre el programa de solidaridad femenina
independientemente de las diferencias de clases sociales y el
programa de solidaridad proletaria independientemente de las
diferencias sexuales. Por ejemplo, las feministas socialistas estaban
de acuerdo conque las mujeres trabajadoras llevaban el mayor peso de
las reducciones de los programas sociales. Los gobiernos pro
capitalistas de cualquier tono político sostienen que el estado ya
no puede sufragar el costo de cuidar a los niños, los ancianos o los
enfermos; por el contrario, esta responsabilidad es de la familia, es
decir, fundamentalmente de las mujeres. ¿Cuáles serían los
afiliados naturales para luchar contra estas reducciones? Las mujeres
burguesas generalmente apoyan la austeridad del gobierno y la
redistribución resultante de las riquezas. Su preocupación primaria
es la de no sobrecargar la acumulación privada de capital con el
financiamiento público de las necesidades sociales. Por otra parte,
los hombres de la clase obrera son los aliados naturales en la lucha
contra las reducciones de los subsidios de las guarderías, pensiones
por edad, seguros médicos y demás, porque estos programas los
benefician a ellos.
Hoy
en día, entre los académicos izquierdistas de moda, el analizar la
supremacía masculina dentro del marco de la perspectiva materialista
pasó de moda; frecuentemente se desprecia el marxismo como
irrelevante y su lugar lo toma el “post-modernismo” de Jaques
Derrida, Julia Kristeva, Luce Irigaray, Michel Foucalt y Jean
Baudrillard. Aunque a veces se identifican ampliamente con la
izquierda política, los post-modernistas de hecho representan un
regreso al pesimismo histórico reaccionario de Friederich Nietzche,
el cual fue acertadamente caracterizado por Jurgen Habermas como el
“dialéctico de la Contra-Iluminación”. El post-modernismo ha
brindado el fondo pseudo teórico para un nuevo tipo de
conservadurismo apolítico de izquierda que rechaza la idea, que es
central tanto para la Iluminación como para el Marxismo, de que la
sociedad puede ser reconstruida sobre la base de la razón humana:
¡una noción “humanista” en bancarrota según los post
estructuralistas y los post modernistas! Michel Barret, una exponente
británica del “feminismo socialista” que una vez fue muy
influyente, es un ejemplo de este “descenso al discurso”. En la
introducción a la reedición de 1988 de su libro Women's
Oppresion Today (La Opresión de las Mujeres Hoy) de 1980,
ella escribió:
“el
discurso del post-modernismo tiene como premisa una negación
explícita y argumentada de los grandes proyectos políticos que por
definición son, tanto el “feminismo”, como el “socialismo”...
Los argumentos del postmodernismo representan ya, pienso yo, la
posición clave alrededor de la cual probablemente girarán los
trabajos teóricos sobre el feminismo en el futuro. Sin duda alguna,
este sería el lugar por donde este libro empezaría, si yo lo
estuviera escribiendo hoy.”
El
‘Feminismo Cultural’ y el Rechazo a la Política
Muchas
feministas en los países imperialistas se han retirado, en un
intento de escapar del sexismo de las principales corrientes de la
sociedad, a través de la creación de una contra-cultura femenina
que involucra al teatro, la música, la “herstory” (historia
contada a través de personajes femeninos) y la literatura. El
crecimiento del “feminismo cultural” al final de los años ’70
se reflejó en la creciente popularidad de los escritores que
contrastaban los supuestos valores femeninos de cuidar, compartir y
calidez emocional con las características “masculinas” de
avaricia, agresión, ego y lujuria. A diferencia del Movimiento de
Liberación de la Mujer de los ’60 —que sacó por primera vez
muchos aspectos de la opresión de la mujer del ámbito privado al
público—las grandes sacerdotisas del feminismo cultural de los ’90
invocan a “La Diosa” para re-envasar las nociones tradicionales
de la esencia femenina, que mercadean con su discurso sobre el
“empoderamiento”.
La
industria de la “herstory” nos da un ejemplo de esta regresión
política. En 1970, cuando una de las principales revistas del
movimiento de las mujeres norteamericanas publicó una edición
especial sobre “Women in History (Las Mujeres en la Historia)”,
su portada proclamaba:
“Nos
han robado nuestra historia. Nuestras heroínas murieron al dar a luz
de peritonitis, exceso de trabajo, opresión, y de rabia contenida.
Nuestras genios nunca fueron enseñadas a leer ni a escribir.”
—Women:
A Journal of Liberation (Mujeres:
Una Revista de Liberación), primavera 1970
Las
“herstorians” (historiadoras del papel de las mujeres en la
historia) contemporáneas, como Dale Spender, rechazan esto y afirman
por el contrario que los historiadores masculinos han sacado de la
historia a importantes mujeres artistas, escritoras, científicas y
filósofas:
“cuando
aseguramos que la razón de la ausencia de las mujeres [de los
registros históricos] no es culpa de las mujeres sino de los
hombres, que no es que las mujeres no hayan contribuido, sino que los
hombres han ‘manipulado los registros’, entonces la realidad
sufre un cambio notable.”
—Women
of Ideas and What Men Have Done to Them (Mujeres
de Ideas y Lo que los Hombres Han Hecho con Ellas), 1982
Si
el estudio de las contribuciones que las mujeres han hecho en el
pasado puede ciertamente inspirar a aquellas inmersas en la lucha hoy
en día, el intento de edulcorar la horrible verdad tan sólo puede
minar la urgencia de terminar con el orden social responsable de la
perpetuación de la opresión femenina. El relegar a las mujeres a la
esfera “privada” de las tareas domésticas significa su
exclusión, en todos los casos con la excepción de algunos pocos, de
la posibilidad de ser participantes principales en el desarrollo
histórico de su tiempo. El énfasis en la exclusión de la mujer de
los libros de historia sólo sirve para minimizar el tamaño de la
herida. Las feministas culturales predican la abstinencia, en vez de
la participación, en la actividad política, sobre la base de que
inevitablemente conduce a entrar en el dominio masculino:
“el
“tokenism” (falsa política de integración de minorías) - que
comúnmente se disfraza como Igualdad de Derechos y nos entrega
victorias pírricas – desvía y crea cortocircuitos en la ginergía
(energía femenina) y de esta manera el poder femenino, galvanizado
bajo consignas engañosas de hermandad femenina, es tragado por La
Fraternidad. Este vampirismo del Ser Femenino socava a las mujeres
porque les da la ilusión de los éxitos parciales...
“Este
“tokenism” destruye insidiosamente la hermandad femenina, porque
distorsiona doblemente el aspecto guerrero de la alianza de Amazonas,
cuando lo exalta y cuando lo minimiza. Exalta la importancia de la
“lucha de retribución” al punto de hacerla devorar al “ser
trascendente” de y en la hermandad femenina, reduciéndolo a una
copia de la camaradería. Al mismo tiempo minimiza el aspecto
guerrero de Amazona conteniéndolo, desviándolo y cortando su
lucha.”
—Mary
Dalky, Gyn/Ecology (Gin/Ecología),
1978
El
mismo concepto de opresión, así como la necesidad de luchar contra
éste, se desdeña como nociones “masculinas” que deben ser
trascendidas:
“El
punto no es salvar la sociedad ni enfocarse en escapar (lo cual sería
mirar hacia atrás) sino soltar el Manantial de Ser-en... Si no nos
perturban, somos libres de encontrar nuestra propia concordancia, de
escuchar nuestra propia armonía, la armonía de las esferas.”
—Ibíd.
Esta
bobada reaccionaria es una repetición feminista de la
desmoralización política que llevó a miles de pequeños burgueses
de la generación del boom natalicio de los’60 de la Nueva
Izquierda a la Nueva Era.
A
medida que el progreso material de las mujeres se ha detenido, las
feministas que celebran la pasividad y la abstención política
prometen la salvación en otro mundo diferente de aquel donde ocurre
el verdadero sufrimiento. Esto tiene una cierta lógica ya que, si la
opresión de la mujer se deriva de una eterna e inmutable disparidad
entre la naturaleza de los sexos, entonces no hay razones para
esperar que nada de lo que se haga produzca un cambio significativo.
Así que, en vez de participar en la lucha para transformar las
instituciones y las relaciones sociales que determinan la conciencia,
las feministas de la Nueva Era exhortan a las mujeres a que se
embarquen en un viaje espiritual personal hacia el espacio interior.
Mary Daly indica que el camino hacia una realización psíquica puede
encontrarse en las discusiones con otras mujeres en un lenguaje
“escogido” en el cual los significados “masculinos” se
revierten:
“El
cortar los lazos/ barreras de la falocracia requiere irrumpir hacia
el poder radiante de las palabras, para que al liberar las palabras
podamos liberar a nuestro Ser.”
—Pure
Lust (Lujuria
Pura), 1984
Mientras
se imaginaban a sí mismas embarcadas en un audaz replanteamiento
feminista de todo el curso de la existencia humana, las feministas
culturales en realidad solamente reflejaban las tendencias
conservadoras que eran populares en ese momento entre los
intelectuales burgueses. El nuevo feminismo abarca muchas de los
planteamientos clave del postmodernismo, incluyendo un enfoque
idealista del lenguaje y el “discurso” y menospreciando la
significación de la actividad económica y política.
El
‘Trabajo de Mujeres’
Incluso
las feministas que no han abandonado del todo la actividad política
han abandonado la retórica anti-capitalista del principio de los
’70. Muchas están ocupadas en dirigir clínicas de abortos,
centros de terapia por violación y albergues de mujeres. Estos
servicios son ciertamente beneficiosos para aquellas mujeres que
tienen acceso a ellos y les da a las que los dirigen la satisfacción
de hacer algo “práctico”. Sin embargo, estos centros sólo se
ocupan de los efectos, no de las causas, de la opresión de las
mujeres.
Algunas
feministas están también involucradas en campañas para aumentar la
representación femenina en trabajos no tradicionales en oficios,
profesiones y la administración corporativa. Aunque esto ha creado
oportunidades para algunas, y ha ayudado a romper con algunos
estereotipos, ha tenido poco efecto en las condiciones en que se
encuentran la mayoría de las mujeres, que permanecen atascadas en
empleos tradicionalmente “femeninos”.
Se
le ha dado mucha significación a la disminución de la diferencia
entre los salarios de mujeres y hombres en Estados Unidos en los
últimos años: entre 1955 y 1991 los salarios de mujeres trabajando
a tiempo completo aumentaron de un 64% a un 70% del salario de los
hombres. Pero esto es mayormente resultado de la reducción sufrida
en los salarios de los hombres debido a la disminución de empleos de
obreros sindicalizados. Los marxistas apoyan la lucha de las mujeres
por obtener iguales salarios e igual acceso a todas las categorías
de empleo, mientras que reconocen que la maleabilidad del prejuicio
sexual en el proceso laboral capitalista impedirá que las mujeres
alcancen una verdadera igualdad.
En
la mayoría de los casos no hay una base objetiva para designar los
empleos como “masculinos” o “femeninos”. La única
diferenciación importante entre los sexos en términos de su
capacidad de trabajo es que los hombres son, en promedio, más
fuertes físicamente que las mujeres. Sin embargo, entre los hombres,
aquellos empleos que requieren fuerza física no son particularmente
bien remunerados – la pericia, la destreza, la habilidad mental y
de organización tienen un mayor peso. La razón por la que los
empleos de ejecutivos, de médicos y de pilotos de aerolíneas son
predominantemente ocupados por hombres, mientras que los de
secretario, enfermeros y aeromozas son ocupados por mujeres tiene
mucho que ver con actitudes sociales sexistas y nada que ver con
ninguna disparidad de habilidades. En su ensayo de 1959 Nancy Reeves
nos da un ejemplo sorprendente del carácter arbitrario de los
trabajos de “hombres” y de “mujeres”:
“en
el Medio Oeste [Norteamericano] las “cornhuskers” (las que quitan
las hojas al maíz) son tradicionalmente mujeres, mientras que los
“trimmers” (los que quitan los granos a las mazorcas) son casi
siempre hombres. En el Lejano Oeste ocurre lo contrario.”
El
sesgo hacia la supremacía masculina en la sociedad capitalista es
tan abarcador y tan maleable, que cuando las mujeres obtienen acceso
a ocupaciones previamente reservadas para hombres, rápidamente
surgen nuevas barreras, tanto abierta como encubiertamente:
“En
1973 sólo el 8% de los títulos de abogado [en los Estados Unidos]
eran obtenidos por mujeres. En 1990 este por ciento se había
incrementado al 42%. Esto es una feminización considerable de una
profesión prestigiosa. Sin embargo, el por ciento de mujeres es
mucho mayor en los empleos menos remunerados dentro de los abogados,
como por ejemplo en clínicas legas, y ellas parecen no poder
alcanzar la cima incluso en las áreas más lucrativas de las grandes
firmas legales.”
—Joyce
P. Jacobsen, The
Economics of Gender (La
Economía del Género), 1994
Este
mismo fenómeno se observa en el comercio:
“Los
estudios realizados por las Universidades de Columbia y Stanford de
las mujeres con títulos de Master en Administración Comercial (MBA)
muestran que los salarios iniciales son similares para ambos sexos,
pero al cabo de 7 años el salario de las mujeres está un 40% por
debajo del de los hombres.”
—Ibíd.
Incluso
entre los bibliotecarios, una de las escasas profesiones “femeninas”,
un por ciento desproporcionado de los mejores empleos (posiciones de
administradores principales en las bibliotecas de investigación) son
ocupados por hombres. Jacobsen apunta que es:
“difícil
encontrar un ejemplo de ocupaciones verdaderamente integradas, donde
la proporción de mujeres se acerque a la de su representación en la
fuerza laboral, en la que el cambio en la razón de género sea
pequeña y en la cual las mujeres no estén segregadas en ghettos.”
Los
empleos que con el tiempo han cambiado de ser ocupadas
predominantemente por un sexo hacia el otro nos dan otra indicación
de la naturaleza sistémica del problema. Uno de los pocos empleos
que ha cambiado de ser “femenino” a ser “masculino” es la de
recibir los alumbramientos. En 1910 las comadronas recibían la mitad
de todos los bebés que nacían en los Estados Unidos, pero este
número ha descendido hasta menos del 1% de los nacimientos. Cuando
el alumbramiento pasó a ser un suceso que tenía lugar en hospitales
bajo la supervisión de médicos (predominantemente hombres) el
estatus y la remuneración de este trabajo creció dramáticamente.
Por
el contrario, cuando los empleos cambian de hombres a mujeres, el
resultado es una disminución tanto del estatus, como del dinero:
“Aunque
antes de la Segunda Guerra Mundial casi no había mujeres cajeras de
bancos, en 1980 más del 90% de los cajeros lo eran. A la vez, los
salarios y las oportunidades de mejorar la carrera descendieron
estrepitosamente. Las profesiones de empleados de oficina en general
eran predominantemente masculinas cuando surgieron en grandes
cantidades por primera vez como resultado de la necesidad de la
revolución industrial de tener personas que procesaran papeles;
todos estos empleos son ahora dominados por las mujeres y
generalmente se le consideran como un ghetto femenino de empleos.”
—Ibíd.
Uno
de los ejemplos más espectaculares de una mujer irrumpiendo en una
categoría de empleo tradicionalmente masculina fue la ascensión de
Margaret Thatcher al puesto de primer ministro de Gran Bretaña. No
hay duda alguna de que la “Dama de Hierro” logró su ascenso al
puesto más alto porque era mejor que sus competidores, sin embargo
también es bien sabido que durante su mandato los trabajadores en
Gran Bretaña y los pobres (que son, por supuesto
desproporcionadamente mujeres) tuvieron que enfrentar ataques de una
virulencia sin precedentes. El éxito de la Thatcher puede haber
debilitado algunos presupuestos sobre la supremacía masculina y
haber inspirado a algunas jóvenes británicas ambiciosas a lanzarse
hacia la cima, pero la verdadera lección que nos brinda su carrera
es que la base de la opresión social está en la lógica interna del
sistema capitalista y no en el sexo del que opera sus palancas.
Feministas
Anti-Pornografía
Entre
las iniciativas más directamente políticas (y más reaccionarias)
llevadas a cabo por las feministas radicales en los últimos años
está la campaña para prohibir materiales explícitamente sexuales.
(véase “Pornography, Capitalism &
Censorship (Pornografía, Capitalismo y Censura)”, 1917
No. 13). A pesar de los desmentidos ocasionales de que ellas no
comparten la mojigatería de los grupos de extrema derecha y sus
valores familiares, las feministas anti-pornografía se han aliado
gustosamente con los extremistas que quieren hacer del aborto un
crimen, perseguir a los homosexuales y prohibir la enseñanza de la
evolución y de la educación sexual en las escuelas. En muchas
jurisdicciones donde las autoridades que hacen valer las leyes han
utilizado una propaganda “pro-mujeres” para defender la censura
estatal, el blanco principal de las redadas anti-pornográficas ha
sido la población gay y lesbiana.
Las
feministas que están a favor de la censura arguyen que la opresión
de la mujer es producto de la inmanente identidad masculina centrada
en una sexualidad inherentemente brutal. Andrea Dworkin, la campeona
de las feministas pro-censura en Norteamérica alega que “el sexo y
el asesinato están fundidos en la mente masculina, de tal forma que
una sin la posibilidad inmanente de la otra es imposible y no puede
concebirse.” (“Taking Action” (Actuando) en Take Back
the Night (Retomemos la Noche), 1980). Por lo tanto, la
pornografía debe ser censurada porque es una manifestación de la
“conciencia masculina”.
Además
de las feministas pro-censura, hay también feministas pro-maternidad
que se distinguen por su obsesión en contra del desarrollo de nuevas
tecnologías reproductoras. La “Feminist International Network of
Resistance to Reproductive and Genetic Engineering (Red Internacional
Feminista de Resistencia a la Ingeniería Genética y Reproductiva)”
lanzada en 1984 sostiene que el tema central de las mujeres es la
campaña contra el desarrollo de la inseminación artificial y la
fertilización in vitro. Si Shulamith Firestone imaginó
que los avances en la tecnología de la reproducción allanarían el
camino hacia la liberación de las mujeres, estas paranoicas lo ven
como el sitio potencial de una nueva esclavitud:
“Al
igual que nos repele la posibilidad de las consecuencias de una
guerra nuclear, también nos repele la visión de un futuro en el que
los bebés ni se llevan ni nacen, o en el cual las mujeres son
obligadas a procrear sólo hijos varones y a matar a sus hijas en
estado fetal. Las mujeres de China y de la India ya están
transitando este camino. El futuro de las mujeres como grupo está en
riesgo y debemos asegurarnos que hemos considerado todas las
posibilidades antes de apoyar una tecnología que pudiera significar
la muerte de la hembra”
—Robyn
Rowland en Man-Made
Women (Mujeres
Hechas por Hombres), 1987
Al
igual que sus hermanas anti-pornografía, Rowland y otras a favor de
la maternidad no han puesto peros a aliarse con la derecha
tradicional: “las feministas tendrían que considerar el alinearse
con amigos de alcoba extraños: como posiblemente las mujeres de la
ultra derecha” (Ibíd.) Los “amigos de alcoba” de
Rowland incluyen al racista confirmado Enoch Powell. En 1985 cuando
Powell propuso (sin éxito) su “Ley de Protección de los Niños
sin Nacer” para prohibir la investigación en embriones y
restringir severamente la fertilización in vitro,
Rowland habló en una conferencia de prensa para apoyarlo (vea de
Marge Bere “Breeding Conspiracies and the New Reproductive
Technologies (Las Conspiraciones de Procreación y las Nuevas
Tecnologías de Reproducción)” en Trouble and
Strife (Problemas y Enfrentamientos), Verano 1986)
La
Reacción de Susan Faludi
El
centro de gravedad de la escena feminista se ha movido hacia la
derecha de los años ’70 hacia acá, pero muchas feministas todavía
se identifican con la izquierda, y muchas se han opuesto radicalmente
a la cruzada anti pornografía y a muchas otras adaptaciones hacia la
derecha. Uno de los libros feministas más influyentes de los `90, el
libro de Susan Faludi Backlash: The Undeclared War Against
Women (La Reacción, La Guerra No Declarada Contra las
Mujeres) (1991) documenta una década de reacciones “a favor de la
familia” y pregunta:
“¿Si
las mujeres ahora son tan iguales, entonces por qué tienen muchas
más probabilidades de ser pobres, sobretodo después del retiro? ...
¿Por qué la media de las mujeres trabajadoras, tanto en Gran
Bretaña como en Estados Unidos todavía gana un poco más de dos
tercios de lo que los hombres reciben por el mismo trabajo?...”
“¿Si
las mujeres son tan “libres”, entonces por qué sus libertades de
reproducción están más amenazadas hoy que hace una década? ¿Por
qué las mujeres que quieren posponer el tener hijos hoy tienen menos
opciones que las que tenían 10 años atrás?”
Este
no es el tipo de pregunta que los medios capitalistas promocionan,
como dice Faludi. Su libro nos da muchos ejemplos de cómo la
“opinión pública” se crea y se manipula para aislar a las
mujeres que se atreven a aspirar a la igualdad social.
Faludi
critica a las feministas que rechazan la actividad política para
buscar su “crecimiento personal” y claramente apoya la
perspectiva de una acción colectiva. Sin embargo, ella es incapaz de
explicar los orígenes de los desenvolvimientos reaccionarios que
critica, ni de proponer un programa que se les oponga. En vez de
esto, ella presenta el rechazo como lamentable, pero a lo mejor parte
inevitable, de un gran ciclo de la existencia:
“Un
rechazo contra los derechos de la mujer no es nada nuevo. Es más, es
un fenómeno recurrente: regresa cada vez que las mujeres comienzan a
tener algún progreso en dirección a la igualdad, parece ser una
inevitable helada temprana al fugaz florecimiento del feminismo. ‘El
avance de los derechos de la mujer en nuestra cultura, a diferencia
de otros tipos de ‘avances’, siempre ha sido extrañamente
reversible’ ha dicho Ann Douglas, catedrática de literatura
Americana.”
Los
logros ganados por las mujeres en los años ’60 y ’70 fueron un
producto directo de la lucha política. Pero las concesiones que se
les hicieron bajo la presión de las movilizaciones políticas de
masas pueden sufrir una inversión cuando surge una configuración
diferente de las fuerzas sociales. La lucha por la igualdad de la
mujer, al igual que la batalla contra el racismo y contra otras
formas de opresión social nunca puede ser totalmente ganada dentro
del marco de la sociedad capitalista porque el mantenimiento de los
privilegios y de la desigualdad es un corolario inevitable de la
preponderancia de la propiedad privada de los medios de producción.
La
deficiencia más sobresaliente del libro de Faludi es su tendencia a
tratar el rechazo contra los derechos de la mujer en forma aislada.
La campaña contra los derechos de la mujer en Norteamérica es sólo
uno de los frentes de un asalto reaccionario multilateral. Las
técnicas de propaganda que Faludi describe tan bien han sido
empleadas también contra otros objetivos de la clase dominante—desde
la asistencia social, los sindicalistas, hasta Saddam Hussein.
En
una nota al pie de su descripción de la resistencia internacional a
los fanáticos contra el aborto “Operation Rescue (Operación
Rescate)”, Faludi apunta: “En Nueva Zelanda en 1989 se vieron
choques frente a una clínica de Wellington cuando una escuadra de
los del Rescate llegó y encontró allí a 30 mujeres que ya habían
llegado e intentaban dejar entrar a las mujeres.” Contrariamente a
la información de Faludi, los defensores de la clínica incluían
tanto a mujeres como a hombres (incluyendo algunos de nuestros
camaradas de Nueva Zelanda). Nuestros partidarios jugaron un rol
importante en la organización de la defensa de la clínica de
Parkview a través de “Choice” —una red de respuesta rápida
militante y no excluyente, abierta a todo aquel que esté preparado a
defender el derecho al aborto. Una de las lecciones de este trabajo
fue la importancia de trazar una línea política y no sobre la base
del sexo, en la lucha por los derechos de la mujer.
La
Liberación de la Mujer a Través de la Revolución Socialista
El
relegar a la mujer al entorno doméstico ha permitido históricamente
que muchos asuntos de los derechos de la mujer se descarten como
problemas meramente personales. El Movimiento de Liberación de la
Mujer de finales de los ’60 vivió una proliferación de “grupos
de despertar la conciencia” que exploraron las múltiples vías en
que las mujeres habían interiorizado su opresión como un asunto
personal y hasta donde la sociedad trata la subordinación de la
mujer como una condición “natural” de la existencia.
Las
restricciones legales e institucionales al acceso al aborto, el
control de la natalidad, la asistencia médica y el empleo son todas
claramente problemas “políticos”. Pero la opresión de la mujer
también comprende las actitudes y presupuestos sociales y
psicológicos con profundas raíces resultado de miles de años de
dominación masculina. Las niñas aprenden desde el comienzo de su
vida que no pueden aspirar a todo lo que los varones pueden aspirar.
Los presupuestos misóginos están tan profundamente inscritos en
nuestra cultura que muchos aspectos de la opresión de la mujer son
prácticamente invisibles, incluso para personas comprometidas con la
lucha por la liberación de la mujer. Por ejemplo, cuando las
feministas propusieron la introducción de un lenguaje que fuera
neutral respecto al genero (es decir, el uso de Ms en vez de Mrs. o
Miss...) algunas publicaciones marxistas del ala izquierda resultaron
ser más resistentes al cambio que la prensa burguesa de línea
media.
La
vida de muchas mujeres son truncadas o deformadas por el acoso
sexual, la violación o la violencia doméstica a manos de los
hombres. Aunque tiene lugar entre individuos, este comportamiento
patológico, igual que otras formas de opresión de la mujer, son
problemas sociales. No pueden ser eliminados hasta que el
sistema social que los produce, y hasta cierto nivel los anima, es
reemplazado por uno que cree las condiciones materiales para el
surgimiento de una cultura imbuida de valores fundamentalmente
diferentes. La liberación de la mujer no puede ser alcanzada dentro
de la arena de nuestra vida personal. No es suficiente el compartir
las labores domésticas más equitativamente dentro de la familia –
lo que se necesita es que las guarderías, la limpieza del hogar, la
preparación de comidas, etc. se transformen de
responsabilidades individuales a
responsabilidades sociales. Pero esto no es posible a
menos que se logre una reconstrucción total de la sociedad – el
reemplazar la anarquía capitalista por una economía socialista
planificada administrada por los mismos productores.
Al
igual que la liberación de la mujer está inexorablemente ligada al
resultado de la lucha de clases, de la misma manera el destino de una
revolución social depende de la participación y el apoyo de las
mujeres pobres y de las trabajadoras. Como señaló Karl Marx en una
carta del 12 de diciembre de 1868 a Ludwig Kugelmann: “Cualquiera
que sepa algo de historia sabe que una gran revolución social es
imposible sin el fermento femenino.” Los revolucionarios tienen que
participar activamente en las luchas sociales para defender y
promover la igualdad femenina. También es necesario impulsar el
desarrollo de líderes femeninas dentro del movimiento socialista,
porque sólo a través de la participación en la lucha para virar al
mundo al revés es que las mujeres pueden abrir el camino de su
propia emancipación y crear las circunstancias materiales para
erradicar el hambre, la explotación, la pobreza y los efectos de
miles de años de supremacía masculina. Esta es una meta por la que
vale la pena luchar.
La
Opresión de la Mujer—No Está en Nuestros Genes
La
opresión de la mujer, la forma de opresión social más universal y
profundamente enraizada, es característica de la sociedad
capitalista, pero al contrario de la opresión racial, antecede al
capitalismo. En su significativo estudio de 1884 El Origen de la
Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Frederick Engels anotó
que en las sociedades que se basan fundamentalmente en la caza y la
recolección, donde todos los miembros de la tribu trabajaban, y en
las que la propiedad era común, las mujeres no tenían un estatus de
segunda clase. Anotó además que la subordinación de la mujer
surgió paralelamente al desarrollo de clases sociales diferentes
basadas en la propiedad privada. La conclusión que Engels sacó de
esto fue que la supremacía masculina, que de diferente forma ha
caracterizado a todas las civilizaciones conocidas, no es producto de
diferencias biológicas predeterminadas entre los sexos, sino un
fenómeno históricamente determinado.
La
capacidad única a la mujer de gestar al hijo/a y amamantarlo/a dio
lugar a una división natural del trabajo a lo largo de líneas
sexuales en la sociedad primitiva, pero esta distinción no se
tradujo automáticamente en un estatus inferior. Sólo con el
advenimiento de las clases sociales fue que las mujeres fueron
gradualmente excluidas de una participación plena en las actividades
económicas y políticas principales y relegada al hogar. Si la
forma, el grado y la intensidad de la opresión de las mujeres ha
variado en las diferentes sociedades y en períodos históricos
diferentes, siempre ha estado firmemente ligado al rol de la mujer de
ser reproductora de la siguiente generación. Esto a su vez es
finalmente moldeado por los requerimientos del modo de producción
que prevalece y la estructura social que lo acompaña.
La
subyugación de la mujer bajo el “libre mercado” capitalista está
enraizada en su rol central dentro de la familia como suministradora
sin paga de los servicios domésticos necesarios para el
mantenimiento de la sociedad. Estas funciones incluyen la
responsabilidad primaria de la comida, la ropa y la limpieza; el
cuidado de los muy jóvenes, los ancianos y los enfermos; y la de
satisfacer las variadas necesidades emocionales y psicológicas de
todos los miembros del hogar. La familia suministra estos servicios
en forma más barata para la clase dominante (tanto en términos
económicos como políticos), que cualquier otra alternativa. La
necesidad de mantener la familia como unidad básica en las
sociedades divididas en clases constituye de esta forma la base
material para la subordinación de la mujer.
Mientras
Engels escribía esto, la investigación de las sociedades primitivas
humanas estaba en pañales y el material empírico en el cual se basa
su recuento era limitado y en algunos aspectos importantes,
equivocado. Pero esto no resta en nada la importancia de su anotación
de que la opresión de la mujer es una creación social. Hasta hace
relativamente poco tiempo, la mayoría de los científicos sociales
burgueses veían la dominación masculina como una norma universal, y
generalmente presumían que tenía una base biológica. Sin embargo,
durante las ultimas décadas muchos antropólogos han comenzado a
aceptar la idea de que por cientos de miles de años existieron
sociedades cazadoras y recolectoras que eran esencialmente
igualitarias con respecto a los sexos.
Esto
tiene claramente implicaciones políticas de largo alcance, pero casi
nunca se informa en los medios masivos. Una excepción fue la edición
del 29 de marzo de 1994 del New York Times en el que
se publicó un pequeño trabajo titulado “Sexes Equal on South Sea
Isle (Igualdad de Sexos en Isla del Mar del Sur)” donde se discutía
los trabajos de la Dra. María Lepowsky, una profesora de
antropología de la Universidad de Wisconsin. En su libro de
1993,Fruit of the Motherland (Los Frutos de la Patria),
Lepowsky describía la isla de Vanatinai, una isla aislada al sureste
de Nueva Guinea donde “no hay una ideología de la superioridad
masculina y no hay un poder coercitivo masculino ni una autoridad
formal sobre las mujeres.” En Vanatinai:
“Hay
mucho solapamiento entre los roles y las actividades de las mujeres y
los hombres, con las mujeres ocupando roles públicos que generan
prestigio. Las mujeres comparten el control de la producción y la
distribución de los bienes valiosos y heredan propiedades. Las
mujeres, al igual que los hombres, participan en el intercambio de
bienes, organizan fiestas, ofician en rituales importantes como los
de la siembra de la yuca o la curación, aconsejan a sus parientes,
hablan y son escuchadas en reuniones públicas, poseen un
conocimiento mágico valioso y trabajan a la par en la mayoría de
las actividades de subsistencia.”
El
rol prominente que juegan las mujeres en la isla se dice que es
“taubwaragha”, que se traduce como “el camino de los
ancestros”. En Vanatinai se espera que los hombres ayuden en el
cuidado de los hijos/as e inclusive el lenguaje es neutro respecto al
género – no hay pronombres como “él” o “ella”. En las
conclusiones de su libro Lepowsky comenta:
“El
ejemplo de Vanatinai nos sugiera que la igualdad sexual se facilita
por una ética general de respeto y de igual tratamiento de todos los
individuos, la descentralización del poder político, la inclusión
de todas las categorías de personas (por ejemplo, mujeres y minorías
étnicas) en posiciones públicas de autoridad... El ejemplo de
Vanatinai muestra que la subyugación de las mujeres por los hombres
no es universal a lo humano y no es inevitable.”